Cuando el padre delega su responsabilidad al hijo, ya sea por comodidad o cobardía, lo desubica y lo estresa. En países donde el niño sabe que tiene el derecho de demandar a sus padres o maestros, ¿Cuántas veces aprovecha, en su inmadurez, esta prerrogativa para amenazar si lo regañan o le niegan algo?.
Me pidió una maestra que aprecio, que observara a su grupo de primer grado de primaria porque decía tener problemas de disciplina. Como tiene experiencia y siempre la consideré una excelente profesora, me sorprendió que solicitara mi ayuda. Sin embargo, al acudir a su salón de clases, me llamó la atención ¡Cómo han cambiado los niños!. Hace 20 años, los alumnos de primer grado parecían ángeles bajados del cielo, que miraban a la maestra con expectación y admiración, que obedecían rápidamente con gusto. Lo que observé ese día fue muy diferente.
Lo primero que advertí fue su postura: En vez de estar sentados, parecían estar echados sobre sus sillas. Era como si no tuvieran control de sus cuerpos y sus extremidades les estorbaran. No podían estar callados, interrumpían constantemente o platicaban entre ellos. Les costaba trabajo poner atención cuando la profesora hablaba y no escuchaban instrucciones. En un momento dado, la maestra les dijo que iba a repartir unas piedritas para que se ayudaran con ellas a hacer unas operaciones matemáticas. Los niños empezaron a protestar y uno sugirió que se sometiera a votación. “Sí”, dijo un niño, “Vamos a votar si nos reparten las piedras: Levanten la mano los que quieren piedras”. Y antes de que mi colega pudiera hacer algo, los niños estaban levantando las manos.
Por supuesto que la maestra repartió las piedras, las cuales les encantaron porque eran de vidrio de colores, pero no dejó de impresionarme su actitud.
¿De dónde viene la idea de que los niños pueden votar?. Hace años, nos quedaba muy claro que esto sólo correspondía al adulto que tiene la madurez y el juicio para elegir. Sin embargo, en nuestro afán por defender el principio de igualdad, hemos creado una confusión en relación a los niños. Olvidamos que el adulto y el niño sólo son iguales en cuanto a la dignidad y el respeto que ambos merecen, pero no en relación a su madurez y juicio. En este sentido, el niño y el adulto ¡No son iguales!. Es claro que el niño está en proceso de maduración y no puede medir las consecuencias de sus elecciones. Sin embargo, ¿Cuántas veces dejan los padres decisiones importantes en sus manos, para después reclamarles cuando las consecuencias son indeseables?.
“Hijo, qué te parece esta escuela, ¿Te gusta?”, pregunta el padre a su hijo de 5 años. “O prefieres la que visitamos ayer?”.
¿Con base en qué va a decidir este niño si le conviene o no una escuela?, ¿Por los columpios, por el niño con que se topó en la sala de espera, por los dibujos que vio en la pared?. Pero si es el niño el que decide, cuando no quiera ir a la escuela, el padre podrá reclamarle, “Pues ahora te aguantas, ¡Tú la escogiste!”.
Corresponde al adulto guiar, orientar y decidir las cosas importantes de la vida del niño y asumir las consecuencias de esas elecciones. El padre tiene que arriesgarse aunque signifique exponerse a equivocarse, pues cuando delega la responsabilidad al hijo, ya sea por comodidad o cobardía, lo desubica y lo estresa.
En países donde el niño sabe que tiene el derecho de demandar a sus padres o maestros, ¿Cuántas veces aprovecha en su inmadurez esta prerrogativa para amenazar si lo regañan o le niegan algo?. En estas situaciones, es frecuente que los padres y maestros dejen de poner límites o llamarles la atención por miedo a ser demandados y terminar en la corte. En aras de defender al niño, le hemos dado un poder que no tiene la madurez para manejar.
Y, ¿Qué ocurre cuando el adulto deja de poner límites al niño?, ¿Nos sorprende que permanezca impulsivo, irrespetuoso e inmaduro?, ¿Usted le daría las llaves de su automóvil a un niño?, ¿Por qué no?. Póngale un cojín en el asiento, una extensión al pedal y está listo. Si esto le parece absurdo, ¿Por qué no nos parece ilógico que los pequeños voten, demanden o decidan a qué colegio ir?, ¿Qué nos espera si vivimos con niños poderosos y adultos temerosos y titubeantes?. Es decir, padres que en vez de tomar su responsabilidad se la cedan a sus hijos.
Aprovechemos la oportunidad de guiar de manera responsable a nuestros hijos recuperando nuestro sentido de autoridad. Tomemos las decisiones que nos atañen y ofrezcamos a nuestros hijos la seguridad de tener un adulto que los quiera, proteja y apoye.
Rosa Barocio
Licenciada en Educación y Conferencista
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