El adolescente requiere de nuestra presencia, de nuestro ejemplo, de nuestro interés, y de nuestra entereza, para emerger fuerte, decidido y confiado para iniciar su vida como joven adulto.
Cuando escuchamos la palabra adolescencia, muchos la asociamos con una especie de enfermedad, molesta y dolorosa, pero inevitable. Pensamos que como padres y maestros nuestra única tarea es sobrellevar la adolescencia de nuestros hijos, y rezar para que pase lo antes posible, y que emerjan de ella sin convertirse en delincuentes, alcohólicos o drogadictos.
Vemos al adolescente, como una especie de enfermo que está pasando por una crisis de calentura y tenemos la esperanza de que salga fortalecido de la experiencia. O como al enfermo de varicela que todas las mañanas le contamos las ronchas para saber si ya está mejorando.
Muchos padres que cuando su hijo estaba en preescolar asistían gustosos a todas las reuniones del colegio, y después en primaria lo llevaron en las tardes a todo tipo de clases, ahora que está en la adolescencia, se encuentran cansados. En esta última etapa en que el joven está por convertirse en adulto, los padres “tiran la toalla”, es decir, se dan por vencidos. Quieren quedarse sentados en la banca y observar el espectáculo pero sin tener que participar activamente. Cómo quien ve un partido de fútbol en el estadio y puede comentar, quejarse y comparar opiniones con los demás espectadores, pero sin pegarle a la pelota.
Entonces el adolescente tiene que enfrentar esta etapa decisiva de su desarrollo solo.
Solo, para descifrar todo el torbellino interno que lo revuelca.
Solo, para entender qué se espera de él y cómo lograrlo.
Solo, para consolidarse como individuo frente a una sociedad que le parece incomprensible.
Solo, para subir este último escalón que lo colocará en la plataforma del mundo adulto.
¿Por qué perdernos la oportunidad de acompañarlo en esta etapa crítica de su vida?. Cuando nos interesamos y caminamos a su lado, le ofrecemos el apoyo que necesita para adquirir una visión amplia y segura del mundo. Como la pieza de barro que ha sido moldeada y por último necesita un horno con temperatura adecuada para cocerse, el joven requiere de nuestra presencia, de nuestro ejemplo, de nuestro interés, y de nuestra entereza, para emerger fuerte, decidido y confiado para iniciar su vida como joven adulto.
Dejemos de ver la adolescencia como una enfermedad para verla como una oportunidad de crecimiento, no sólo para ellos, sino también para nosotros. Como la posibilidad de acompañarlos a atravesar el umbral hacia el mundo adulto. Reconozcamos el privilegio de haber contribuido en su proceso de convertirse en personas maduras y responsables, deseosas de salir a encontrarse con su futuro.
Rosa Barocio
Licenciada en Educación y Conferencista
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