Luis de 7 años, llegó a terapia como si le hubieran sellado la boca herméticamente. En la primer sesión estaba en una esquina de la sala simulando ignorar a sus padres, mientras estos se desbordaban en quejas y reclamos sobre su conducta iracunda, impredecible, irrespetuosa y que en ocasiones había terminado con compañeros o familiares lesionados. Su terapeuta lo observaba mientras sus padres hablaban y notó que su mirada estaba en los paquetes de plastilina. En ese primer encuentro se negó a hablar.

En la siguiente sesión, su terapeuta lo invitó a trabajar con la plastilina moldeando lo que gustara y con renuencia aceptó. Empezó a moldear un rostro con mucho detalle, totalmente concentrado en la actividad. Cuando terminó, su terapeuta le preguntó de quién era el rostro y entre dientes, Luis contestó que era su hermano menor. También notó que una de sus manos estaba empuñada y le dijo: “Parece que tu puño quiere dar golpes”. Luis replicó: “Sí! ¡Quiero darle un puñetazo!”.

Su terapeuta le sugirió que le diera unos golpes al rostro de plastilina y con algo de vacilación, dio unos golpes suaves, pero poco a poco empezaron a ser más fuertes y enérgicos. Su terapeuta lo invitó a decirle algo con cada golpe, “¡Te odio!”, “¡Yo no quería hermanos!”, “¡Ya nadie quiere estar conmigo”, “¡Vete de casa!”.

Hasta ese momento, Luis nunca se había permitido expresar esos sentimientos de ira hacia su hermano en voz alta, ya que, como dijo en sesiones posteriores, le causaban confusión, vergüenza, culpa y remordimiento. A medida que Luis se dio permiso de expresar lo que sentía y trabajó el sentimiento de haber sido desplazado por su hermano, sus comportamientos inapropiados en casa y escuela comenzaron a desaparecer, le permitieron mejorar sus relaciones interpersonales, entender y apropiarse del lugar que ahora ocupaba en su familia.

Una de las cosas que más les cuesta a los niños, es ser honestos con sus sentimientos de enojo ya que de manera consciente o no, temen la reacción de los adultos que puede incluir manifestaciones físicas, juicios, críticas, o rechazo. Debemos procurar como padres un espacio de comunicación con nuestros hijos, donde ellos sientan nuestra presencia, interés genuino y amor incondicional, que les permita expresar libremente sus sentimientos y pensamientos. 

 


Si deseas reconocer la raíz de los malos comportamientos de tus hijos y descubrir porqué has batallado tanto para que te hagan caso, entonces pon en práctica las técnicas de la Paternidad Efectiva® y rompe para siempre con los gritos, el chantaje, los castigos y las amenazas que tanto los lastiman (y te lastiman). 
Regístrate hoy mismo y obtén la certeza de estarle dando a tus hijos lo que necesitan para crecer emocionalmente sanos.

¿Te animas?, ¿De qué te das cuenta?.

Niños de Ahora