Frecuentemente se publican textos que indican que el castigo no es educativo, no enseña nada al niño, no le aporta nada a su desarrollo, etc…

Sin embargo, yo creo que estas afirmaciones han de matizarse, pues pueden dar lugar a considerar que el castigo tiene un efecto neutro sobre quien lo recibe.

Creer en el efecto nulo del castigo es muy peligroso porque puede llevarnos a la falta de conciencia, de lo realmente perjudicial y pernicioso del mismo para la persona que lo recibe.

Por tanto, considero más adecuada la afirmación “El castigo no enseña nada positivo” o “El castigo no educa constructivamente” o “El castigo no aporta crecimiento al desarrollo del niño”.

Más aún, creo que es importante matizar más las afirmaciones sobre el castigo, señalando que no sólo no aportan crecimiento, no enseñan nada positivo o no educan constructivamente, sino que, además, enseñan cosas muy negativas, educan en la destrucción y la violencia y disminuye el desarrollo personal.

Por ello, quiero señalar en este texto, qué aporta el castigo a la experiencia del niño, qué le enseña, qué huella deja, para que podamos ser más conscientes de los efectos del castigo sobre la persona.

Los castigos enseñan a la persona que los recibe a:

1 – Castigar al que es más débil.

Recibir castigos enseña a aplicar castigos. A través del aprendizaje por observación y el modelado, el niño aprende a actuar como ve que lo hacen sus adultos de referencia.

2 – Ser aceptado depende de lo que la persona hace, no de lo que es.

Cuando se aplica un castigo por algo que la persona ha hecho, se castiga y se rechaza a la persona en su totalidad. Esto transmite que el afecto y la aceptación de los demás dependen de la conducta, no de la esencia de lo que la persona es, de su valía personal.

3 – Desconfiar del propio pensamiento crítico.

La persona que recibe castigos por acciones propias, espontáneas, aprende a dejar de confiar en su propio criterio (Pues éste se ha descalificado) para confiar en criterios externos a sí mismo.

4 – Complacer ciegamente a otros para recibir afecto.

Los castigos hacen que el afecto se convierta en moneda de cambio. Para conseguir ser amada, la persona ha de complacer a otros a cualquier coste.

5 – Integrar que, como persona, merece ser castigado.

La persona objeto de castigos acaba creyendo que es un ser que merece ser castigado, que no merece ser respetado ni comprendido. Los castigos merman el autoconcepto y la autoestima de quien los recibe.

6 – Normalizar la violencia y perpetuarla.

La persona que crece recibiendo castigos, normaliza el hecho de tratar de infundir dolor (Físico o emocional) a otro de manera intencionada. Esto es una clara normalización de la violencia.

La persona que normaliza la violencia, tiende a reproducirla.

7 – Interiorizar que las relaciones son interesadas y condicionales.

La experiencia de ser castigada transmite a la persona que sus lazos afectivos son inestables y dependen de cómo se comporte. Por tanto, entiende que la relación es interesada y que puede extinguirse en cualquier momento si no acierta a comportarse como el otro desea.

8 – Participar en círculos de dominación-sumisión.

El castigo es un acto de dominación por parte de la persona que lo impone y un acto de sumisión por parte de la persona que lo recibe. Recibir castigos enseña a aplicar castigos, por tanto, a reproducir círculos de dominación sumisión.

Nota aclaratoria: Se entiende por castigo toda acción que inflige dolor o evita placer a la persona sobre la que se aplica, de una manera intencionada.

Las retiradas de afecto, los silencios, la silla de pensar, el no prestar atención, hacer el vacío, ignorar, invisibilizar, ridiculizar, etc… Son castigos.

Pero puedes evitar que suceda, puedes generar armonía en casa, llevar una relación saludable y enseñar a los(as) pequeños(as) a ser mejores personas y a entender los límites.

Mónica Serrano

 


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