Los padres de Karen, habían vivido un largo y doloroso proceso de divorcio durante el cual, su hija había sido mantenida al margen de todo, jamás hablaron de los detalles del asunto, sólo le informaron cuando ya era oficial y cómo iban a ser las cosas a partir de entonces. Karen con sus 10 años tenía una mirada apagada y cansada, como sin vida. Su madre la llevó a tomar terapia pues le preocupaba mucho que su hija pareciera no mostrar ningún sentimiento, ni bueno ni malo, con relación a lo que estaba sucediendo. Su apatía frente a la vida la estaba asustando.
Tras indagar un poco más con la madre, su terapeuta logró darse cuenta de que Karen sí estaba manifestando ciertas conductas asociadas al evento. Encontró que Karen estaba padeciendo de un trastorno del sueño debido a sus constantes pesadillas, su apetito había disminuido, ya no tenía amigas y constantemente se metía en problemas en la escuela, ya fuera no cumpliendo con sus deberes, o buscando problemas con otros compañeros. Sin embargo, en su casa permanecía muy callada, hacía todo lo que su madre le pedía y pasaba largas horas sola en su habitación.
Durante las dos primeras sesiones, estuvo trabajando con arcilla, en silencio, sin moldear nada en específico, sólo amasando. A la tercera sesión, luego de que su terapeuta le sugiriera como siempre, representar lo que sentía o lo que estaba viviendo, empezó a moldear tres figuras. Se trataba de una familia compuesta por padre, madre e hijo. Luego, con ayuda de otras figuras y juguetes de la habitación recreó una escena en la que unos animales salvajes atacaban a los padres del niño. Dijo: “Los padres murieron en el ataque y el niño se quedó entonces viviendo en su casa solo”. Su terapeuta le preguntó “¿Y cómo fue eso para el niño?”, Karen respondió “Pues está asustado, se siente triste y solo. No sabe que más le pueda pasar.” Le preguntó entonces “¿Así te sentiste cuando tu papá se fue a vivir a otra casa?’”. Tras una pausa, y conteniendo unas lágrimas, suavemente dijo “Sí”.
Solo hasta ese momento, Karen se permitió expresar algo del enojo y la tristeza que le causaba el divorcio de sus padres. Con el paso del tiempo y usando varias herramientas que le enseñó su terapeuta, Karen logró expresar y vivenciar todos los sentimientos, temores y cuestionamientos que le causaba el divorcio de sus padres. Incluso, pudo hablar de ello con sus padres en una sesión familiar, aunque estuvo muy renuente a hacerlo ya que le preocupaba causarles más dolor. Semanas más tarde, la Karen que todos conocían volvió a dejarse ver, los problemas en la escuela terminaron, recuperó su sueño, y mejoró la comunicación con su madre.
Es muy frecuente en este tipo de circunstancias, que los niños se rehúsen a mostrar o expresar sus sentimientos con respecto a lo que está sucediendo, para evitarles a sus padres más dolor y preocupación, para protegerlos aparentando una falsa fortaleza. Sin embargo, es en estos momentos donde más debemos acompañar a los niños y mostrarles con nuestro ejemplo, que está bien sentir cualquier emoción que venga asociada a las circunstancias, sin juicios, sin críticas, sin ignorar ni rechazar. Esto les ayudará a ser más sinceros con sus propios sentimientos y les evitará confusiones. ¿Te ha pasado?, ¿Conoces a alguien pasando por algo similar?, ¿Consideras que necesitas asesoría o acompañamiento en tu proceso de paternidad?.
Niños de Ahora
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