Si tuviera que sintetizar los objetivos de los primeros 6 años de vida, aquello que es imprescindible que un niño logre para garantizar estabilidad y seguridad en su vida futura, entonces diría que necesita:

-Conectar consigo mismo y su cuerpo.

-Conectar con su entorno afectivo.

-Conectar con su entorno físico, con la naturaleza.

Las tres conexiones están íntimamente ligadas y en cuanto falla una se desestabilizan las otras, así como se potencian mutuamente. El contacto con elementos naturales nos ayuda a conectar con nosotros y nuestro cuerpo, así como una mayor conexión con el propio cuerpo ayuda a disfrutar y conectar mejor con la naturaleza.

Podríamos observar cualquier patología de aprendizaje y comportamiento desde este punto de vista:

-Niños que están “Fuera de sí”, completamente desconectados de sí mismos, como en la hiperactividad.

-Niños que están completamente en sí y desconectados del entorno afectivo, como en el autismo.

-Niños que no consiguen tener un adecuado vínculo con los otros, ya sea por un exceso (Agresividad) o falta (Introspección), de impulso.

-Niños desconectados de su cuerpo que, o bien están paralizados y no se mueven o se mueven de forma caótica. También vemos niños incapaces de jugar armónicamente con elementos de la naturaleza o con apatía y desinterés hacia ella.

El niño nace con un cuerpo, pero necesita muchos años para aprender a funcionar con él, a conectar con él. Necesita pasar de tener un cuerpo casi ajeno, lleno de reflejos y movimientos involuntarios, a un cuerpo al servicio de su ser.  Esto le permitirá estar centrado, atento y con interés, en definitiva, conectado armónicamente consigo mismo y con el mundo. Lo que, a su vez, será la base de buenas  relaciones interpersonales y  de un aprendizaje efectivo.

Las dos vías fundamentales para conseguir esta conexión con el cuerpo son el movimiento y el tacto. Cuando tocamos un bebé, se siente,  es su primer conexión con su cuerpecillo y a la vez con su entorno afectivo. Se percibe a sí mismo y a la vez, siente y percibe al adulto que lo toca y envuelve, aportándole confianza y seguridad. También el contacto con elementos de la naturaleza aporta esta doble conexión. Al tocar la arena, el barro, la piedra, el agua, el niño se siente a sí mismo y a la vez siente estos elementos. Y sentirse conectado con este mundo real le hace sentirse seguro, lo serena a la vez que lo  activa, lo expande a la vez que lo centra en sí mismo.

El otro gran eje para conectar con el cuerpo es a través del movimiento. Correr, saltar, trepar, columpiarse, esconderse en sitios estrechos, todo eso le aporta una vivencia de sí mismo y su cuerpo. Explorando el espacio, conectando con el entorno, el niño también conecta con su cuerpo. Y sentirse en su cuerpo también le hace sentirse seguro.

En cambio, la falta de conexión con el cuerpo crea incluso conflictos de comportamiento. El niño pega y patea, porque ni controla su cuerpo ni percibe al otro ser. Necesita primero percibirse a sí mismo para controlar sus pies y manos y para percibir al otro y así relacionarse adecuadamente.

La necesidad de conexión con el otro es innata, sin embargo, es una facultad  que debe ir madurando y madura principalmente a través del contacto humano y social.  Además del cuerpo, un pilar fundamental de la comunicación y conexión con los otros es la palabra, y a medida que ésta se enriquece, se enriquecen y mejoran las relaciones sociales. 

La palabra ayuda a los niños, sobre los tres años, a pasar paulatinamente del “Mío” y de las riñas físicas (Mordiscos, tirones de pelos, etc…) a la capacidad de compartir, cooperar y colaborar. Es un proceso que lleva su tiempo y dependerá por supuesto en gran medida del vínculo que tengamos nosotros mismos, con los niños y del ejemplo que ofrezcamos. Especialmente la conexión con los padres, será la que aporte el mayor grado de seguridad y estabilidad al niño. Pero si los niños desde pequeños no tienen la posibilidad de relacionarse de verdad, ni entre ellos ni con nosotros, es difícil que cultiven el diálogo, la comunicación y la verdadera conexión.

Ir a una escuela, donde cada uno hace su ficha y desde un lugar de competencia, no favorece conexiones interpersonales. Compartir un rato de pantalla “En familia”, tampoco es suficiente. Es de gran ayuda para crear espacios de encuentro e interacción, permitir espacios tempo-espaciales que estén completamente libres de agentes electrónicos y en la máxima simplicidad de elementos externos (Pocos juguetes).

Si los niños están conectados con su esencia de niños, entonces de manera natural desean correr y trepar por los árboles, columpiarse y jugar con otros niños. Sin embargo, el abuso de dispositivos electrónicos y la tv, consiguen ahogar en los niños todo instinto. En algunos casos es tal la desconexión, que prefieren estar sentados con la tablet a ir al parque.

Un adulto realmente conectado con su instinto de crianza, de manera natural tendría un vínculo y conexión sana con su hijo. De manera natural fomentaría en los hijos la conexión con la naturaleza, con su propio cuerpo y con los otros niños, a través del juego espontáneo y la alegría de moverse y comunicarse. Es decir, fomentaría un desarrollo saludable, incluyendo la conciencia en la alimentación, ámbito en el que aquí no ahondaremos.

Está en nuestras manos ofrecer un entorno físico y afectivo que favorezca la conexión con el cuerpo, el mundo y los otros.

Pero, en la era de la conexión cibernética, pareciera que estamos más desconectados que nunca, desconectados de nosotros y nuestro instinto, de nuestros cuerpos, de nuestro entorno real, de las relaciones sociales verdaderas. Hoy día toca recalcar cosas aparentemente obvias, toca decir, alto y fuerte, que la infancia es tiempo de jugar, de disfrutar del movimiento, del aire, de los amigos y de la familia. Es tiempo de, a conciencia, desconectar,  para poder conectar.

Escrito por Tamara Chubarovsky

Pedagoga Waldorf, Voz y movimiento.

 


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