Sentí tu pánico cuando tu hijo de cinco años señaló a mi hijo en su silla de ruedas y gritó: “¡Mamá, mira a ese niño!”. Te inclinaste hacia él y en voz baja, le dijiste a él y a su hermano de tres años, que no debían decir esas cosas y que no debían señalar o mirar fijamente a nadie. Pero como en la mayoría de los casos, esas sugerencias son triviales con las mentes jóvenes y curiosas y continuaron mirándolo y haciendo preguntas acerca de las diferencias de mi hijo en voz alta.
Cuando sentiste que los susurros no estaban funcionando, vi que el pánico desapareció, tomaste un gran respiro y plantaste cara. Llevaste a tus niños hacia donde estaba Malachi y dijiste: “¡Apuesto a que le gustaría saber vuestros nombres!”. Cuando dijeron sus nombres, mi pequeño Malachi sonrió de oreja a oreja y les respondió atropelladamente.
La felicidad en su rostro me llenó los ojos de lágrimas. “Ama a los niños de su edad, pero muchos temen venir y hablar con él”. Tus niños continuaron preguntándole sobre su apoyabrazos, su silla de ruedas, ¿Por qué sus piernas no funcionan?, ¿Por qué mantiene la boca abierta de esa forma?. Tomaste el tiempo necesario para hablar a tus hijos y ayudarles a entender que ser diferente está bien.
Lo diferente no es algo a lo que temer. ¡Y que está bien hacer preguntas!. Gracias por darle a mi hijo la oportunidad de conocer a tus niños. Gracias por ser la clase de madre que educa a sus hijos en lugar de tratar de silenciarlos. Las madres de niños con discapacidad tenemos que desarrollar el coraje de recibir miradas, comentarios y susurros.
Por favor, sepan que lleva mucho trabajo lastimarnos, especialmente cuando viene de niños pequeños. Den a sus hijos las gracias que nosotros no les dimos y usen la oportunidad para enseñarles sobre diferencias. Así que, mamá, “Gracias por criar a tus hijos de tal manera que puedan abrazar a Malachi. Y gracias por darle a mi hijo un motivo para sonreír”.
Leah Carroll
Mamá de Malachi
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